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IX Joaquina Plana en el entierro de su padre

Tras los capítulos anteriores dedicados a John Hobart Caradoc, y a su relevancia en la época que vivió, en el noveno abordamos por primera vez la otra figura central de la trama, el otro personaje. Incorporamos a Joaquina Plana Riquelme.

La primera escena del capítulo la constituyen el velatorio y el entierro de su padre, el jornalero José Plana Ortiz.

En este post reproducimos un fragmento del capítulo y después haremos un comentario sobre la ubicación del cementerio. 


Fragmento del capítulo

Noviembre de 1823

Joaquina, aunque es una niña, ha velado toda la noche el cuerpo sin vida de su padre, Pepe Plana Ortíz, junto a su madre Josefina Riquelme Soler, en los ratos que no tiene que atender a sus hermanos.

A pesar de sus nueve años de edad percibe el alcance de lo que sucede. De vez en cuando le aborda la idea de que no verá más al que ha sido protector y referencia para ella. Y eso le hace llorar sin ruido, apenas con sollozos. La pobreza y la vida en precario ha mantenido unida a la familia. La atribución de responsabilidades que le han hecho para  la atención a sus hermanos menores, es la segunda y son seis en total, ha forjado una unión natural entre sus padres, sus hermanos y ella. Atribución que ha asumido como algo necesario y natural.

El vínculo con su padre se ha producido, por una parte, como la necesidad de protección en un entorno duro y adverso, en el que no siempre se tenía ni lo elemental para el sustento, y por otra parte como consecuencia del roce cotidiano, de las palabras, los gestos o las caricias que constituyen esa constelación de expresiones y complicidades que es la paternidad a ese nivel.  Lleva un vestido, a un palmo por encima del tobillo, que malamente cubre las ronchas que no ha tenido tiempo ni interés por lavar a fondo. Los mocos del resfriado sempiterno, debido al clima húmedo y frío de la huerta, se acumulan con las lágrimas y desbordan las narices hasta el sorbido sonoro e instintivo de vez en cuando.

A su padre se lo ha llevado un resfriado mal curado, una infección de bronquios que se ha complicado y para la que no han tenido remedio. Los pobres no tienen médico ni  medicinas adecuadas. Las madrugadas de invierno para aporcar apios, con escarcha, o las noches en vela para vigilar la tanda, a jornal, han ido socavando su organismo y sus defensas, junto con la escasa y deficiente alimentación, la falta de ella. No tenían más tierra que la replaceta de una vivienda a rento, ni más riqueza que sus manos.

La casa es de adobes con terrado de láguena y suelo de barro con almagra. Un par de rojas tinajas y un lebrillo conforman un lateral de la estancia que hace de cocina y de comedor. El otro una campana cierra por arriba el hogar. En ella se congregan la media docena de personas que asisten al velorio. Otras dos o tres, más allegadas, comparten la cabecera del difunto en la única habitación propiamente dicha de que consta la vivienda, que se abre al fondo de la anterior,

Hace años que han venido de Orihuela. Allí, en la tienda no le fiaban más. Los pocos e irregulares ingresos que obtenía como jornalero a sueldo para otros pequeños propietarios, huertanos también, no le daban ya más para compensar la cuenta fiada. Un año, en que la cochina murió del mal de pezuña, lo trastocó todo finalmente. Las deudas se juntaron y superaron lo que con mucho tiempo podrían pagar. La solución es que desaparecieron en una noche con el poco ajuar que habían reunido. Joaquina apenas tenía cuatro años entonces, y con sus hermanos Josefa, la mayor, Manuela de dos años y el recién nacido Simón, decidieron poner tierra por medio. Y recalaron en la Senda de los Garres , a la vera de la Acequia de Alguazas.

Es noviembre. La lluvia ha estado cayendo toda la noche y ha hecho impracticable la entrada por el estrecho carril de huerta, casi senda, que une la casa con el camino. El coche fúnebre, que apenas han podido pagar, va a llegar. La madre atiende al último hermano, el postrero José Eleuterio, que sustituyó a Simón como el menor de la familia apenas hace unos meses. Josefa no podrá ir a la iglesia, lejana para sus fuerzas, y menos al cementerio. Quedará ayudada por Josefina, la hija mayor. Será pues Joaquina quien vaya.

Va en la galera, con su abuela Isabel Ortiz. Ella ha contribuido a pagar el transporte y parte del entierro.

El magro cortejo sale bajo un cielo encapotado en una mañana de noviembre por la Senda de los Garres hasta la fábrica de hijuela que hay cerca del río, de allí, por el carril que va hasta la feria de ganado, alcanzan el fielato que hay en el camino de Algezares, y por último llegan hasta la Iglesia del Carmen.

Tras el funeral se despide el cortejo formado por una docena de vecinos y conocidos. Son sólo los familiares más allegados, los únicos que por otro lado constituyen el cortejo que acompaña al fallecido a pie hasta el Cementerio Viejo de la Puerta de Orihuela. Lo hacen a pie por el dédalo de callejuelas que constituyen esa parte de la ciudad, al otro lado del Puente, eludiendo el Arenal, la plaza de Santa María y la Trapería.

El cura dice unas preces urgentes y, tras ellas, un caballón de tierra y una cruz cubren el cuerpo envuelto en una sábana como sudario. Todo el esfuerzo no ha dado ni para el más sencillo ataúd. El que han utilizado para el velatorio y el entierro ha de ser devuelto.

Y ahí se acaba todo. Joaquina ve cómo la vida se puede acabar para una persona que ha estado luchando y trabajando por subsistir al máximo de sus posibilidades. Ha sido la última enseñanza de su padre.



Hasta aquí el relato del Capítulo 8.


Éste es el primer capítulo en el que interviene Joaquina Plana. Está ambientado en su infancia, en lo que hoy es la Ermita del Rosario. La acción se sitúa en el duelo y entierro de su padre. Como siempre la función del narrador es dar la máxima verosimilitud a la acción, para que funcione la complicidad con el lector, sobre todo si es un lector interesado por el entorno de lo que se relata. Hay pues que documentarlo con la máxima fidelidad posible. Eso es lo que he intentado. 

El cortejo del entierro parte de una mísera vivienda, cerca de la Senda de Los Garres, hacia la iglesia del Carmen, antigua parroquia de San Benito, y desde allí hacia el Cementerio Viejo de la Puerta de Orihuela que, junto a otro que había en San Antón, eran los antecesores del de Nuestro Padre Jesús. 
Indagando hemos llegado a que, efectivamente , con anterioridad al de Nuestro padre Jesús había dos cementerios en Murcia, dentro del casco urbano, o en su límite en aquella época, 1823. La documentación dice que estaba efectivamente en Puerta de Orihuela... ¿Pero a qué altura?

Una tesis doctoral ---Cementerios murcianos: Arte y arquitectura, Memoria para obtener el grado de doctor, desarrollada en el programa del Departamento de Historia del Arte en la Universidad Complutense --- por Ana María Moreno Atance nos da la pista. Éste es el plano de situación del cementerio, y hasta ahí fue el cortejo pasando primero por la Iglesia de El Carmen.

Plano de Murcia con representación del Cementerio de la Puerta de Orihuela (Moreno Atance, 2005 p. 132)

El documento dice que el cementerio está junto a la Acequia Caravija.

Sabía que bajo la Calle del Teatro Circo pasa la Aljufía. Que es distinta. Poco espacio hay en esa zona para dos acequias y un cementerio.

Y he aquí otro hallazgo que me ayuda en esta tarea, la de documentar este capítulo, y que ofrezco al interesado lector. Buscando aquí y allá he encontrado esta aplicación de Google Maps ¡sobre acequias de Murcia! Ya os podéis imaginar mi sorpresa ante semejante herramienta ¡está el trazado de todas las acequias bajo nuestra ciudad.

Este es el enlace.

Y ésta es la copia del plano de acequias de la zona que he obtenido ajustando adecuadamente los parámetros de búsqueda y de ubicación:



Referencias

Moreno Atance, A. M. (2005). CEMENTERIOS MURCIANOS: ARTE Y ARQUITECTURA. MEMORIA PRESENTADA PARA OPTAR AL GRADO DE DOCTOR. https://dialnet.unirioja.es/servlet/tesis?codigo=17231




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